En relación con una entrada anterior, plantas (recuerdos), quisiera comentar unas cosas.
Hace unos años, viendo el concurso televisivo "Saber y Ganar", hablaron sobre la magdalena de Proust. Procedieron a leer un fragmento de su obra, en busca del tiempo perdido, más o menos este:
"Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las miga del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. [...] Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tilo, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa), cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque, como había visto muchas, sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes; ¡quizá porque de esos recuerdos por tanto tiempo abandonados fuera de la memoria no sobrevive nada y todo se va desagregando! [...] Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.[...]"
Esa sensación la tengo con las plantas a las que hago referencia en la entrada anteeriormente referida. La albahaca y la hierbabuena a mi infancia, y el don diego de noche y la hierbaluisa a mi adolescencia. Pero no es lo único. Hay múltiples cosas que me traen a la memoria momentos puntuales, escenas ...
A veces es un alimento, a veces recuerdo como mi madre se afanaba en hacer minipizzas cuando eran toda una novedad. No había probado ninguna en mi vida, y el ese hecho, ese esfuerzo me viene a la memoria en incontables ocasiones, ni siquiera el sabor ni el olor, solo el nombre. Otras es recordar como iba sentado en la parte trasera de un tractor un sábado de madrugada. Son mis magdalenas.
Cada vez me doy más cuenta como la infancia modela al adulto. Imagino que sobre esto habrá miles de libros que lo describen e incluso lo explican, pero no deja de ser asombroso como el mero hecho de ver una imagen, un olor, o incluso una pensar en una palabra, pueda traer de golpe una miriada de recuerdos que se agolpan en el consciente para ser deleitados uno a uno, y estos traen más y más, hasta que puedes caer absorto en miles de recuerdos, muchas veces dulcificados por el paso del tiempo, pero agradables casi siempre.
Otro recuerdo, otra magdalena, si me permiten el simil, son las perseidas. No recuerdo cual era mi edad, pero si que era muy joven, quizás los doce o trece años. Mientras veía el telediario, el que había, pues no había otro, hablaron de la célebre lluvia de estrellas, y yo sabía que quería verlas. No obstante el máximo estaba previsto sobre las cuatro de la madrugada. Mi abuelo se encargó de despertarme para salir al huerto de casa, en esa época desprovisto casi de contaminación lumínica, para ver el espectáculo. Ahora, cada vez que veo un meteoro, me recuerda a mi abuelo y ese momento.
Ahora que escribo estas palabras, podría estar horas describiendo magdalenas, las cuales se engarzarían en una espiral de más y más recuerdos.
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