miércoles, 5 de octubre de 2005

El dia del ángel (relato)

A la tarde, al sol dulzón casi picante de marzo salen las cuadrillas de mujeres a las afueras, con sus alpargatas de andar, con sus chismes, con sus chinchorreos, con sus chicos recién salidos de la escuela. Unas tirarán por la Hontanilla, otras a los quiñones las más por el cerrojillo Quintín. Los chicos se les escapan, echan trotes con la prima, restriegan sus culos por el fresco ballico, pasto del reventón.

No fue una primavera lluviosa pero la sierra es más escurridiza que chupona y el Caz arroyaba alguna agua, un hilito fino cristalino entre alguna lata y algún saco de plástico. –“Mamá”- resuena una vocecilla en la tarde diáfana- “mira al chache que me pega, y es que quiere matar una lagartija que no le ha hecho ná”- “Va con los chiquetes”- rechista la madre por inercia- “anda venir pa'ca que os va a pillar un coche.”

En cualquier cornijal, en un aciriate donde los arados no han roto su corteza y como un menhir derrumbado, un hito de panza plana, dócil se sirve de mesa. El patatero y las tortas de chicharra comienzan a abrir bocas y regar de migajillas los brotes tiernos de la amapola, entre los que las hormiguillas trazan su canalejo hasta su despensa. -"Que día más hermoso para que estuviera la tierra harta de agua"- dice la más joven imitando a las más viejas, pero casi todas ellas hablan del pañito que hace, de lo que andurrea la vecina, de lo que le duelen las piernas, del tiempo que se come la cocina o de lo trasteros que son los chicos, aunque estos se pierden entre sus brincos; la primavera barrunta en los cuerpos. Las frases de las mujeres se desvanecen como el humo una hoguera entre la niebla. El sol viste de misteriosos tonos el perfil gastado de la sierra, la luz se derrite entre los surcos y la llanura es como un caño de esperanza.

Las mujeres, culonas y brillantes engarzadas del brazo en dirección al poniente pendulean sus caderas y respiran, aunque no lo piensen, el fresco aroma antiguo de tierra calada, juncos, ballico espiguilla que llega hasta la cuneta, y que forma la esencia de sus días más lejanos cuando una alcuza de aceite costaba diez solás de rodillas pero aquello solo es épica que les ungió. Atrás quedaban las primeras olivas roídas del taladrillo, con sus nudosos cogollos y sus ronchadas cogollas apuntando al azul moruno del cielo. Entre todo este trajín de cosas inamovibles los críos vuelven retozando, brincando, silbando, sudando de salud y tirando las piedras al caz que ya no existe, más de cien, hasta cantos, para espulgar, si algo les queda de diablillos.

Es el día del ángel


Con permiso de Agustín Carretero.

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